Patatita es un niño gitano que viaja con su familia y su perro, Caldero, de feria en feria. Acaban de llegar a un nuevo pueblo en fiestas y Patatita decide ir con Caldero a conocerlo. Hay muchos puestos de tiro al blanco... Patatita se despista mirando la vidriería de una pastelería y, de repente, se da cuenta de que Caldero ha desaparecido. Se queda muy preocupado y triste, pero tiene que regresar con su familia porque se tienen que preparar para su número. Su familia le dice que no se preocupe, que ya volverá. Pero Patatita tiene miedo de que no vuelva; no puede imaginarse su vida sin su mejor amigo. Así que sale en medio de la noche a buscarlo. Tras mucho buscar, lo encuentra con unos niños pastores que lo habían encontrado cerca del río. Cuando vuelve, su familia está muy enfadada con él por haber desaparecido. Patatita está triste por haberlos disgustado, pero no se arrepiente porque ha recuperado a su mejor amigo.

Patricia tiene una boca. Una boca es un estuche donde se ocultan muchos tesoros. ¿Quieres ver lo que guarda Patricia en su boca?

Una mañana, en su refugio secreto del encinar, Paula se encuentra con una visita inesperada. No está segura de si se trata de un espíritu, un brujo o un duende, pero Paula sí tiene claro que el anciano que tiene delante, ataviado con una túnica y unas sandalias, no es un anciano como los demás: puede adivinar sus pensamientos y, según dice, tiene la facultad de viajar en el tiempo. En su primera aventura con el Guardián del Tiempo, Paula no se moverá de su pueblo, pero viajará 4500 años hacia el pasado. Allí conocerá a Nan, un joven pastor. Con él, descubrirá cómo vivía la gente a finales del Neolítico y se embarcará en una aventura en busca de un preciado objeto perdido.

Una divertida manera de repasar la historia de España, en esta ocasión, la época de la romanización.

Pedro el Grande: una historia que podría titularse "El zar que quería ser occidental pero que era demasiado ruso para conseguirlo..." Sinceramente deseoso de modernizar a su país, este hombre de ideas ambiciosas fue muy contradictorio en el modo de realizarlas. No entendió que para hacer "moderno" a su país debía darle, ante todo, un poco de libertad. No bastaba obligar a la gente a cortarse la barba o a vestirse a la occidental. El resultado fue que para los rusos la occidentalización forzada tuvo el sabor de un odioso capricho de tirano.