Jerusha, una niña abandonada, ha vivido siempre en un hogar de huérfanos. Cuando a los 17 años debe comenzar a valerse por sí misma, se produce un inmenso cambio en su vida. Uno de los directores del hogar, quien desea guardar el anonimato, la envía a un internado universitario para que continúe sus estudios, proporcionándole todos los medios para ello. Así, junto a las demás estudiantes, Jerusha deberá adaptarse a un mundo desconocido para ella. Su única obligación respecto a su desconocido protector es informarle por carta acerca de sus estudios y de sus progresos. Le escribe con entusiasmo y alegría, contándole, en cartas cada vez más largas, todas sus experiencias... hasta llegar a convertirlo en su gran amigo y confidente, a pesar de que él jamás le contesta personalmente, manteniendo su anonimato. Una novela encantadora y emocionante.

Maya no se ve muy agraciada por fuera. Cree que es más interesante por dentro, sobre todo porque tiene mucho ojo para los negocios. Un día, Maya escucha una conversación entre sus padres, en la que su padre confiesa a su madre que el negocio va mal. Desde ese momento, Maya empieza a idear un plan que sirva de apoyo económico a su padre: vender a su hermana pequeña, Ashrit, que es la guapa de la familia. Maya confecciona una lista de posibles compradores de su hermana, porque desde el punto de vista de Maya, todos ellos sienten una especial predilección por Ashrit. Pero Maya enseguida se da cuenta de que no es tan fácil vender a su hermana. Maya le cuenta su plan a su padre, este queda impresionado por el ojo comercial de su hija, pero le enseña que la familia es mucho más importante que cualquier negocio y que no se debe sacrificar por nada en el mundo.

En la escuela, la señorita Merche nos enseña a utilizar nuestros superpoderes. Pero debemos tener cuidado: cuando suena la campana y salimos a la calle, tenemos que disimular para que nadie se dé cuenta de que somos superhéroes.

Busca olores y sabores, los hay buenos y mejores, y disfruta la comida, porque es muy divertida.

Kati tiene una cajita llena de besos dulces. Cuando va al colegio, siempre lleva alguno en su bolsa y lo suele utilizar, porque ¡qué bien le sienta un beso a César cuando llora porque se va su madre, o al peleador de Diego! También ella recibe de vuelta los besos de los compañeros cuando los necesita. Y es que un buen puñado de besos es lo mejor para sentirse feliz.